Vivimos en un mundo que corre, que nos empuja, que mide su valor en la velocidad con la que pasan los días. Muchos sienten que el tiempo es una fuerza impiadosa, que avanza sin descanso, arrebatándonos oportunidades y juventud. Pero la Torá nos enseña a mirar el tiempo con otros ojos. En hebreo, la palabra para “momento” es rega (רֶגַע), y proviene de ragúa, que significa calma, reposo. El tiempo, desde esta perspectiva, no es una cinta transportadora que nos arrastra, sino una serie de pausas, de invitaciones divinas que se nos presentan una tras otra para ser habitadas plenamente.
Nuestros sabios explican que no estamos en el tiempo, sino que el tiempo pasa ante nosotros. Cada instante es una creación nueva, renovada por la bondad de Hashem a cada segundo, como decimos en la tefilá: “HaMejadésh betuvó bejol iom tamid maasé bereshit” — “Él renueva cada día, constantemente, la obra de la Creación”. Si el Creador dejara de infundir Su energía incluso por un instante, todo volvería a la nada. Así de precioso, así de único, es cada momento.

Por eso el judaísmo no mide la vida en años o décadas, sino en profundidad. No importa cuánto vivimos, sino cómo vivimos cada rega. Cada minuto contiene un propósito irrepetible, una chispa divina que debemos descubrir y encender. Nuestros días son “coleccionables”, como enseña el Zóhar: Abraham “vino con sus días”, es decir, trajo consigo todos los momentos que supo llenar de sentido.
El Rebe de Lubavitch decía que el verdadero éxito en el tiempo consiste en entregarse por completo a cada tarea. No podemos agregar horas al día, pero sí podemos darle vida a cada minuto. Cuando estudiamos Torá, que sea con todo el corazón. Cuando trabajamos, que sea con integridad. Cuando escuchamos a otro, que sea con atención plena, como si nada más existiera.
Así vivió Rabi Shlomo ben Avraham ibn Aderet, el Rashba, quien, a pesar de sus innumerables responsabilidades —rabino, médico, maestro, consejero real—, encontraba tiempo para todo. No porque tuviera más horas que nosotros, sino porque cada hora era para él un mundo completo.
Cada rega es una oportunidad para servir a Hashem. Preguntémonos a diario: “¿Qué quiere Di-s de mí en este preciso instante?”. Si respondemos con conciencia y entrega, nuestros días no pasarán: se quedarán con nosotros, y nosotros con ellos.













