Vida Inmóvil : Domem (דּוֹמֵם)

Hoy deseo compartir con ustedes una profunda reflexión sobre un concepto que, aunque aparentemente simple, encierra una enseñanza de vida y de espiritualidad inmensa: Domem (דומם) —la “vida inmóvil”, aquella parte de la creación que parece silenciosa e inerte, pero que en realidad está colmada de la presencia del Creador.

Vivimos en un mundo que suele asociar la vida con el movimiento, con el sonido, con la expresión. Sin embargo, la Torá y nuestras fuentes más antiguas nos enseñan que toda la existencia vibra con la energía divina, incluso aquello que nuestros ojos perciben como inanimado. Cada piedra, cada montaña, cada brizna de polvo, está sostenida en su ser por la palabra viva de Hashem, la misma que fue pronunciada en los Seis Días de la Creación y que, hasta el día de hoy, mantiene en existencia al universo entero.

El Baal Shem Tov, de bendita memoria, explicó que si por un instante esas palabras divinas dejaran de pronunciarse, todo volvería a la nada. De allí aprendemos que nada está “muerto” o “vacío”; todo lo que existe es expresión del soplo divino, manifestación de la voluntad del Creador.

El término Domem no significa “sin vida”, sino “silencioso”. El silencio, en la visión de la Torá, no implica ausencia, sino presencia contenida, energía que no se expresa en ruido o movimiento, pero que cumple su propósito con fidelidad y humildad. Quizás por eso el mundo físico nos enseña tanto: la piedra que sostiene, la tierra que recibe, el árbol que permanece en su lugar, todos ellos sirven sin ostentación, pero con absoluta entrega.

La Torá misma nos instruye a respetar incluso a lo aparentemente inanimado. Rashi comenta que los kohanim debían subir al altar por una rampa, no por peldaños, para no “humillar” las piedras. ¡Qué enseñanza maravillosa! Si la Torá cuida el honor de una piedra, ¿cuánto más debemos cuidar el honor de un ser humano, creado a imagen y semejanza del Creador?

Del mismo modo, cuando cubrimos la jalá durante el kidush de Shabat, expresamos sensibilidad hacia lo inerte, reconociendo que hasta un alimento puede representar, en su esencia, una chispa divina. Así cultivamos una conciencia espiritual que abarca a toda la creación, enseñándonos a vivir con respeto, humildad y agradecimiento.

Esta mirada nos invita a detenernos y a contemplar. A comprender que la vida no siempre se manifiesta en movimiento, y que en el silencio también habita Di-s. Aprendemos, así, que cada elemento del mundo —desde una hoja hasta una roca— tiene su propósito, su misión, su momento para revelar la luz del Creador.

Que podamos, queridos hermanos y hermanas, abrir nuestros ojos y nuestros corazones para percibir la Divinidad en todo lo que nos rodea. Que aprendamos del Domem a servir en silencio, a sostener con constancia, y a descubrir que la santidad se encuentra también en la quietud.