Libre Albedrío, Destino y Providencia

Desde los albores de la creación, el ser humano ha vivido entre dos fuerzas que parecen opuestas pero que, en verdad, se complementan: el libre albedrío y la providencia divina. Dios, en Su infinita sabiduría, nos otorgó la libertad de elegir, y al mismo tiempo, estableció un orden en el universo que guía cada uno de nuestros pasos. En esta dualidad se encuentra el misterio más profundo de la vida.

Dios determina ciertos aspectos fundamentales de nuestra existencia: la familia en la que nacemos, la época y el lugar donde vivimos, las oportunidades que se nos presentan. Pero dentro de ese marco, el Creador nos concede el espacio sagrado de la elección. Cada día, cada decisión, es una oportunidad para servir a Dios o para alejarnos de Él. Por eso está escrito: “He puesto delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal… Elige, pues, la vida” (Devarim / Deuteronomio 30:15,19).

El mundo fue diseñado como un campo de pruebas, donde cada circunstancia nos invita a desarrollar nuestras mejores cualidades. La riqueza nos permite practicar la generosidad; la pobreza, la gratitud. La salud nos enseña el valor del servicio; la enfermedad, la fe y la paciencia. Ninguna situación es casual. Cada alma es colocada exactamente donde puede alcanzar su mayor crecimiento espiritual.

Nuestros sabios enseñaron que el mazal (la fortuna o influencia celestial) también tiene su papel. Nacemos con ciertos límites y potenciales determinados por nuestra herencia, nuestro tiempo y nuestro entorno. Sin embargo, el judaísmo afirma con firmeza que “Israel no está sometido al mazal”. Es decir, quien se apega a Dios, quien camina en Sus caminos, puede elevarse por encima de cualquier destino aparente. La plegaria, el mérito y la teshuvá (retorno sincero) pueden transformar incluso aquello que parecía inmutable.

Aun así, el esfuerzo personal nunca pierde valor. La Torá dice: “Dios te bendecirá en todo el trabajo de tus manos” (Devarim 2:7). La bendición divina desciende cuando el ser humano hace su parte con honestidad y dedicación. El sustento, la salud y la paz son dones del Cielo, pero requieren nuestro trabajo constante para merecerlos y preservarlos.

Incluso la vida misma, su duración y su desenlace, están en manos de Dios. Pero esa vida puede extenderse, iluminarse y llenarse de propósito a través de nuestras acciones. “El temor a Dios prolonga los días, pero los años de los malvados serán acortados” (Mishlé / Proverbios 10:27). Cada instante de bondad, cada gesto de justicia, agrega sentido —y a veces incluso tiempo— a nuestra existencia.

La enseñanza central es clara: Dios dirige el mundo, pero nos da el privilegio de participar en Su plan. Nada es azar, y nada está totalmente determinado. Vivimos entre la providencia y la libertad, entre el decreto divino y nuestra responsabilidad.

Que sepamos aceptar con humildad la porción que Dios nos asigna, y al mismo tiempo usar con sabiduría la libertad que Él nos concedió. Que cada elección que hagamos sea un paso más hacia la luz, hacia el bien y hacia el cumplimiento de nuestra misión en la tierra.