Sucot es conocido como Zman Simjateinu, “el tiempo de nuestra alegría”. La Torá nos enseña que la verdadera alegría no se limita a nosotros mismos: está destinada a compartirse, a irradiarse y a transformar la vida de quienes nos rodean.
Nuestros Sabios nos recuerdan que cada persona es única, creada a imagen de Hashem, y enviada a este mundo con una misión singular. Cada uno de nosotros tiene talentos, virtudes y un propósito específico que nadie más puede cumplir. Por eso nos necesitamos mutuamente, y por eso debemos ver en el otro no un competidor, sino un hermano, un socio en la obra de la Creación.

En Pirkei Avot está escrito: “Saluda a todos con un rostro cálido y alegre”. Una sonrisa, un saludo amable, una expresión luminosa tienen el poder de levantar el espíritu del prójimo, de hacerle sentir que su vida importa y que su presencia es bienvenida. Rav Israel Salanter enseñaba que incluso nuestro rostro pertenece al “dominio público”, porque lo que proyectamos afecta a los demás. Una expresión de alegría sincera puede convertirse en refugio para quien atraviesa la tristeza.
En la Sucá recordamos la fragilidad de la vida material, pero también experimentamos la fuerza de la unión y la pertenencia. Allí, entre paredes simples y un techo que deja ver las estrellas, aprendemos que la verdadera seguridad y felicidad se encuentran en el calor humano, en la conexión con Hashem y en el amor al prójimo.
En estos días sagrados les invito a ser generosos con la sonrisa, con la palabra amable, con el saludo cordial. Puede parecer pequeño, pero es uno de los actos más grandes y poderosos que tenemos a nuestro alcance: transformar vidas con una sonrisa, como reflejo de la infinita bondad de nuestro Creador.













