Durante generaciones, nuestros sabios han reflexionado sobre el misterio de las diez tribus perdidas de Israel, aquellas que fueron exiliadas en tiempos antiguos por el imperio asirio. Los textos sagrados mencionan lugares lejanos —Jalaj, Habor, el río Gozán, y las ciudades de Madai—, y el Talmud nos ofrece diversas interpretaciones sobre su destino. Pero más allá del mapa geográfico, hay un mapa espiritual que debemos leer con el corazón.
El exilio de las diez tribus no es solo una historia del pasado; es un símbolo de nuestra fragmentación como pueblo. Las tribus dispersas representan las partes de nuestra identidad colectiva que aún están ocultas, las chispas de santidad que todavía esperan reunirse. Como enseñó el Maharal de Praga, el exilio de las tribus no podrá revertirse hasta la era mesiánica, porque su retorno no es meramente físico: es la restauración del alma unificada de Israel.
El río Sambatión —ese río legendario que arroja piedras seis días y descansa en Shabat— es también una metáfora poderosa. Nos recuerda que, incluso cuando el mundo parece turbulento e inalcanzable, el descanso y la santidad del Shabat pueden abrir un pasaje de conexión. Así como el Sambatión se calma en el día sagrado, también nuestras almas encuentran reposo cuando retornan a la presencia del Creador.

En tiempos en que tantas divisiones hieren a nuestro pueblo, el recuerdo de las tribus perdidas nos llama a una tarea sagrada: buscar la unidad dentro de la diversidad, reconociendo que cada judío, sin importar su origen, práctica o pensamiento, lleva una chispa de esas tribus olvidadas. No sabemos si habitan más allá de los ríos o entre nosotros, pero sí sabemos que cada alma judía es parte de ese misterio que un día será revelado.
La Torá nos promete: “Sucederá en aquel día que se tocará un gran shofar, y los perdidos en la tierra de Asiria y los exiliados en la tierra de Egipto vendrán y adorarán al Señor en el monte sagrado de Ierushaláim” (Ieshaiahu 27:13). Ese gran shofar no es solo un sonido futuro; es el eco que hoy nos invita a reconstruir el vínculo con Di-s, con Israel y con nosotros mismos.
Que el Eterno nos conceda el mérito de vivir con fe y esperanza, trabajando por la reunificación espiritual del pueblo judío, hasta que todas las tribus —las visibles y las ocultas— regresen en armonía a nuestra tierra y a nuestro corazón. Amén!













