La Perspectiva Sobre el Sueño

El sueño es uno de los mayores misterios de la creación. Pasamos cerca de un tercio de nuestra vida en ese estado de quietud, y sin embargo, pocas veces nos detenemos a pensar en su verdadero propósito. Desde la ciencia, se habla del descanso del cuerpo, la restauración o la memoria. Pero el judaísmo nos enseña que el sueño es mucho más que una función biológica: es una invitación espiritual.

Nuestros sabios explican que cuando dormimos, el alma —la parte más consciente y elevada de nuestro ser— se separa parcialmente del cuerpo y asciende a planos espirituales superiores. El Talmud llama al sueño “una sesentava parte de la muerte”, porque en él experimentamos una pequeña desconexión del mundo físico. Al despertar, el alma regresa transformada, purificada, renovada. Por eso, al abrir los ojos, pronunciamos el Modé Aní, agradeciendo a Di-s por habernos devuelto el alma. No es sólo gratitud por el nuevo día, sino por el renacimiento espiritual que ocurre en ese silencio interior.

El sueño, entonces, no es pérdida de tiempo. Es un acto de fe. Cada vez que cerramos los ojos, entregamos el control, confiando en que el mundo seguirá su curso bajo la mirada de Aquel que nunca duerme. Dormir, en su esencia más profunda, es reconocer que no somos los dueños del tiempo ni del universo, sino sus humildes participantes.

La Torá nos relata que nuestro patriarca Iaakov (Jacob) durmió en el desierto y soñó con una escalera que unía el cielo y la tierra. Los sabios explican que, en ese momento, Iaakov “se encontró con El Lugar”, un nombre simbólico de Di-s. En su cansancio, cuando dejó de hacer y simplemente fue, se abrió el canal para una conexión más alta. Así, el sueño se convierte en un espacio donde el ego se apaga y el alma puede ascender, dialogar y sanar.

En el mundo moderno, sin embargo, hemos perdido ese equilibrio. Vivimos acelerados, aferrados a pantallas y pensamientos, temerosos de soltar. Pero el judaísmo nos recuerda que el descanso no es debilidad: es humildad. Es permitir que el alma haga su trabajo nocturno, que se eleve para recibir claridad, inspiración y serenidad.

Por eso, nuestros sabios aconsejan prepararse espiritualmente antes de dormir, con palabras de Shemá y pensamientos de perdón y gratitud. No sólo para calmar la mente, sino para liberar el alma. Cada descanso se vuelve así una oportunidad para reconectar con la fuente divina y renovar el propósito de nuestra existencia.

El sueño, queridos congregantes, es una mitzvá silenciosa. No es un paréntesis entre los días, sino un puente entre el cielo y la tierra. Que aprendamos a vivir con esa conciencia, y que cada momento de reposo sea un regreso al alma, a su paz, y al amor infinito de Aquel que nos la confía cada día.