¿Quién Soy?

Hay una pregunta que, en algún momento, todos nos hacemos: ¿Quién soy? No es una duda intelectual, sino existencial. Es el susurro interior que aparece cuando el ruido del mundo se apaga y quedamos frente a nosotros mismos.

En una generación donde la identidad parece construirse a través de logros, posesiones o reconocimiento, el Rebe de Lubavitch nos recordó una verdad eterna: no existe tal cosa como “un judío pequeño”. Cada uno de nosotros lleva dentro una Neshamá Elokit, un alma divina, “una parte de Di-s de lo Alto”. (Tania, cap. 2). Por lo tanto, nuestro valor no se mide por lo que logramos, sino por lo que somos en esencia.

El Rebe enseñó que el mayor desafío del ser humano moderno no es la falta de conocimiento, sino la sensación de insignificancia. Vivimos rodeados de mensajes que nos dicen que somos el resultado de casualidades biológicas, de procesos naturales sin propósito. Sin embargo, la Torá nos revela una perspectiva opuesta: fuimos creados a imagen del Creador, dotados de una chispa de eternidad.

El Midrash enseña que Adam (Adán) fue creado solo —sin pareja ni multitud— para que cada persona entienda que el mundo entero fue creado para ella. Nadie es reemplazable. Cada alma tiene una misión irrepetible, un espacio en la Creación que solo ella puede iluminar.

Por eso, cuando alguien dice: “Soy pequeño”, el Rebe responde con firmeza y amor: no hay judío pequeño. Todo ser humano, al igual que Adam y Java (Eva), fue formado con propósito, con una raíz divina que trasciende tiempo y espacio.

Queridos amigos, nuestro trabajo no es “crear” valor, sino revelar el valor que ya existe en nosotros. Cada mitzvá, cada acto de bondad, cada palabra de aliento que ofrecemos a otro, manifiesta esa divinidad interna.

Recordemos siempre: no tenemos un alma; somos un alma. Y desde esa conciencia, vivamos con dignidad, alegría y sentido, sabiendo que dentro de nosotros late una chispa del Infinito.