Un Gran Milagro Bajo la Lluvia

A veces creemos que los milagros ocurren solo en los relatos antiguos, en los tiempos de los profetas o en los días de la Torá. Pero la historia que quiero compartirles hoy nos recuerda que el Creador sigue obrando maravillas cada día, solo que necesitamos tener los ojos abiertos —y el corazón sensible— para reconocerlas.

Hace algunos años, una mujer llamada Hedva Yadler celebraba el casamiento de su hija, bemazal tov. La boda terminó con alegría, canciones y fotografías, y como suele suceder, los novios y la familia se demoraron más de lo planeado. Pero cada “demora”, como veremos, estaba escrita en el cielo.

En el camino de regreso a Jerusalén, bajo una fuerte lluvia, Hedva notó un automóvil detenido al costado de la ruta con las luces intermitentes. Algo en su interior le indicó que debía detenerse. No sabía por qué, pero sintió que debía acercarse. Esa intuición —que en nuestro lenguaje llamamos hashgajá pratit, la Providencia Divina— fue el comienzo de un milagro.

Dentro del auto había una mujer que acababa de dar a luz. En sus brazos sostenía a su bebé… pero el niño no respiraba. En ese momento, Hedva, recién recibida como partera, actuó sin dudar. En medio de la lluvia y del caos, comenzó a realizar maniobras de reanimación. El padre llamó a emergencias, y mientras tanto, en otro auto, los novios —aún vestidos de boda— recitaban Tehilim, salmos por la vida del bebé.

Pasaban los segundos, sin respuesta. Entonces Hedva recordó el peligro del meconio —esa sustancia que puede obstruir las vías respiratorias del recién nacido— y, sin instrumentos, usó su boca para limpiar los pulmones del niño. Una y otra vez. Hasta que, de repente, un leve movimiento… y luego un llanto. El llanto más hermoso que puede oírse: el sonido de una vida que vuelve.

Cuando llegó la ambulancia, el bebé ya respiraba. La madre estaba estable. Y Hedva, empapada por la lluvia y las lágrimas, comprendió lo que había ocurrido: el cielo la había puesto en el lugar exacto, en el momento preciso, con la preparación necesaria, para ser un instrumento de salvación.

Este relato no solo es una historia conmovedora; es una enseñanza profunda. A veces no entendemos los retrasos, los contratiempos, las “demoras” de la vida. Pero detrás de cada minuto aparentemente perdido, Hashem puede estar tejiendo una cadena de circunstancias que salvarán una vida, física o espiritual.

Cada uno de nosotros, en algún momento, es llamado a ser Hedva Yadler: a detener el propio camino, a mojarse bajo la lluvia, a escuchar la voz interior que dice “acércate”. Y si lo hacemos, si respondemos con fe y acción, podemos ser socios de Di-s en Su obra más sagrada: dar vida.

Que sepamos reconocer los milagros ocultos en nuestro camino,
que tengamos la sensibilidad para escuchar el llamado del cielo,
y el coraje para actuar cuando el Creador nos pone donde debemos estar.